Tanto el vómito como la diarrea son procesos habituales en perros y gatos y un motivo de consulta frecuente. Aunque en la mayoría de las ocasiones no suponen un problema grave, pueden ser la manifestación de una patología subyacente más grave que requiera tratamiento específico.
Es el caso de la enfermedad inflamatoria intestinal, también conocida como IBD por sus siglas en inglés. Este término hace referencia a un conjunto de enteropatías caracterizadas por su naturaleza idiopática y la presencia de células inflamatorias (linfocitos, células plasmáticas, eosinófilos, neutrófilos, macrófagos) en la mucosa intestinal, evidenciadas por histología. Dentro de este grupo de enfermedades, la más frecuente en el perro es la enteritis crónica linfoplasmocitaria. Menos comunes son la gastroenteritis y enteritis eosinófilicas. La enteritis neutrofílica se diagnostica a veces en gatos pero es muy poco habitual en perros. Por último la enteritis granulomatosa aparece en contadas ocasiones.
Aún se desconocen las causas exactas que provocan la aparición de la enfermedad. La existencia de un componente inmunomediado está bastante aceptada entre los diversos autores, porque es el propio sistema inmune intestinal el que reacciona de forma exacerbada. Además, las infecciones bacterianas, parasitarias (Giardia) o víricas parecen jugar un papel importante en la etiopatogenia. Existen estudios en los que se ha demostrado que la flora propia del tracto gastrointestinal participa en el inicio de la inflamación, así como en su perpetuación tanto en perros como en gatos. Otro factor importante parece ser la dieta, ya que la mayoría de los animales responden favorablemente al uso de piensos hipoalergénicos. Por último, existe gran predisposición genética, estando presentes este tipo de enfermedades de forma más frecuente en razas como pastor alemán, shar pei, rottweiler, setter irlandés, yorkshire terrier, golden retriever, boxer...
El curso de la enfermedad suele ser cíclico, con recaídas y remisiones que suelen suceder de forma espontánea. Los principales signos clínicos son:
-Diarrea crónica
-Vómitos crónicos: de aspecto bilioso y sin contenido alimenticio normalmente. En función de la
región del tracto gastrointestinal afectada, los vómitos y la diarrea presentarán unas u otras
características. Normalmente si el estómago y el intestino delgado superior se ven alterados,
aparecerán vómitos.
-Pérdida de peso: relacionada normalmente con afectación del intestino delgado.
-Alteración del apetito: el apetito puede verse aumentado (polifagia) aun cuando el animal haya
perdido condición corporal. Sin embargo, si la inflamación es muy severa, suelen presentar anorexia.
-Dolor abdominal: los animales adoptan posturas que indican dolor, como la postura de esfinge o de
rezo.
-Ruidos intestinales aumentados
-Flatulencias
Se han intentado establecer sistemas para la valoración de la enfermedad extrapolados en muchas ocasiones de los empleados en la enfermedad de Crohn humana, como es el índice de actividad denominado CIBDAI (canine inflammatory bowel disease activity index).
El diagnóstico de la enfermedad debe ser muy concienzudo, y aunque pueda resultar largo y costoso, es muy importante descartar otras causas de inflamación intestinal. Se basa en los siguientes puntos:
-ANAMNESIS: resulta fundamental que el propietario realice una exposición detallada de los signos
que haya detectado en el animal.
-EXPLORACIÓN FÍSICA.
-COPROLÓGICO seriado de 3 días: permitirá descartar otras causas de enfermedad inflamatoria
intestinal. No hay que olvidar que las infecciones participan en el desarrollo de la enfermedad.
Además, permite la valoración de otras patologías como la insuficiencia pancreática exocrina por
medio de la medición de la quimotripsina fecal.
-ANALÍTICA DE SANGRE: se puede detectar vitamina D y calcio bajos. A su vez, la absorción de
folato y cobalamina se ve reducida por el proceso de malabsorción que está teniendo lugar en el
intestino. Para descartar insuficiencia pancreática exocrina se medirá la TLI en sangre.
-PRUEBAS DE IMAGEN: la radiografía de abdomen no suele presentar alteraciones. En cuanto a la
ecografía, pueden observarse algunos cambios compatibles como la presencia de punteado
hiperecogénico en mucosas, que sugieren presencia de linfangiectasias.
-BIOPSIA. Permite el diagnóstico definitivo. Se toma la muestra a través de un endoscopio que se
introduce por la boca del animal. Es imprescindible descartar otras posibles causas de
inflamación antes de llevar a cabo una biopsia intestinal, que será la que nos aporte el
diagnóstico definitivo de enfermedad inflamatoria intestinal idiopática.
El tratamiento variará en función de si el paciente presenta signos clínicos o no, así como de la intensidad de los mismos, por lo que habrá periodos en los que necesite medicación y otros en los que no. La implicación del propietario es fundamental para que los resultados sean satisfactorios. Hay que tener muy presente que el objetivo no es la curación, sino el control de los signos clínicos, así como evitar la aparición de complicaciones. Sin embargo, la inflamación intestinal seguirá presente, por lo que es probable que el paciente sufra recidivas y haya que volver a instaurar tratamiento. La comunicación y confianza entre veterinario y propietario es pues fundamental. Por tanto, el tratamiento comprenderá uno de los siguientes aspectos, o una combinación de ellos, en función de la sintomatología y la evolución de la enfermedad:
• ALIMENTACIÓN: aporte de una dieta hidrolizada o una fuente nueva de proteína. El uso de
probióticos o prebióticos parece tener resultados positivos, aunque aún no existen estudios
científicos que lo avalen.
• ANTIBIÓTICOS: deben administrarse durante cortos periodos de tiempo, siguiendo
atentamente la pauta indicada para evitar la aparición de resistencias. Con su uso se
persigue evitar el sobrecrecimiento bacteriano en el intestino, así como eliminar los antígenos
bacterianos que pueden estar detrás de la enfermedad. El metronidazol y la tilosina son dos
antibióticos que se usan con frecuencia en estos casos.
• INMUNOSUPRESORES: es la parte del tratamiento más importante, ya que va a permitir el
control del componente inmunomediado, siempre y cuando se hayan descartado todas las
demás etiologías posibles de la enfermedad. El veterinario indicará la posología de los
fármacos, siendo los más habituales los glucocorticoides como la prednisolona y la
dexametasona. En el caso de no conseguir un control adecuado de los signos clínicos, así
como para intentar reducir los posibles efectos adversos de los glucocorticoides, se pueden
añadir fármacos inmunosupresores de segunda línea como la azatioprina o el clorambucilo.
En definitiva, la enfermedad inflamatoria intestinal es una entidad frecuente en la clínica veterinaria, y aunque su diagnóstico y tratamiento sean complejos, se consiguen buenos resultados teniendo el animal buena calidad de vida.