Se trata de una enfermedad infecciosa muy contagiosa entre los perros, transmitiendose fácilmente cuando existe un contacto estrecho entre animales infectados y sanos. Por esto, es muy frecuente encontrar la enfermedad en criaderos o albergues.
Está causado por el virus del moquillo canino (también conocido como Distemper) y la infección se produce a partir de las secreciones nasales y oculares de perros infectados, que penetran en el individuo sano en forma de aerosol, afectando y replicandose en un primer momento, en el epitelio respiratorio, las tonsilas y ganglios linfáticos. Posteriormente, el virus pasa a la sangre y se disemina al sistema digestivo (estómago e intestino), además del higado, bazo, médula ósea y otros órganos linfoides. Posteriormente el virus también podrá llegar a otras localizaciones como los ojos, la piel e incluso el sistema nervioso central (SNC). Afecta principalmente a los cachorros, sin distinción del sexo, aunque también puede desarrollarse en perros adultos no vacunados o con determinadas enfermedades, por las que presenten un sistema inmune deprimido.
Esta respuesta inmune será clave a la hora de enfrentar la infección, ya que si no presenta ningún tipo de resistencia frente al virus, este llegará a causar una enfermedad multisistémica muy grave, que puede llevar a la muerte del animal. Si se desarrolla una respuesta inmune aunque sea débil, puede causar una enfermedad leve o asintomática.
Los signos clínicos que pueden aparecer son diversos, debido a las distintas localizaciones a las que llega el virus:
- Síntomas respiratorios: son los más habituales. Los perros presentan tos, secreción nasal (muchas veces purulenta) y dificultad respiratoria debido a la mucosidad excesiva. A nivel ocular suelen padecer conjuntivitis, secreción e inflamación de los párpados (blefaritis), lo que causa que algunos perros no puedan abrir los ojos.
– Síntomas digestivos: normalmente provoca un cuadro de gastroenteritis, con vómitos y/o diarreas junto con pérdida de peso. Son signos inespecíficos que no se asocian con el virus en un primer momento, si no se acompañan de otras alteraciones.
– Signos cutáneos: cuando el virus llega a la piel causa una inflamación de la misma (dermatitis). Es característico a nivel de la trufa o las almohadillas, donde la piel presenta descamación y está más endurecida, llegando a causar grietas.
– Síntomas nerviosos: Estos síntomas son indicativos de una fase avanzada de enfermedad, ya que pueden aparecer entre 1 a 3 semanas postinfeccion. Los animales pueden presentar convulsiones, espasmos musculares e incluso parálisis de alguna extremidad.
Puede ser difícil llegar al diagnóstico definitivo del moquillo debido a la similitud de determinados signos clínicos con otras enfermedades infecciosas. En muchos casos será necesario recurrir a pruebas de laboratorio específicas como serología o PCR.
Al ser una enfermedad vírica, no existe un tratamiento único ni específico, y el objetivo terapéutico es paliativo, para controlar los síntomas.
Algunos fármacos que se emplean son antibióticos, para evitar las infecciones bacterianas secundarias, además de mucolíticos o broncodilatadores para ayudar en la respiración. En los casos digestivos se emplearán antieméticos, para controlar los vómitos y suplementos alimenticios para ayudar a reestablecer la flora gastrointestinal normal.
En los casos graves de enfermedad puede requerir la hospitalización del animal para la administración de fluidoterapia y tratamiento de soporte.
Por todo esto, la mejor actuación frente al moquillo canino es la prevención mediante la vacunación. Se emplea desde los primeros momentos de vida del perro, con la primovacunación y manteniendo la revacunación cuando son adultos.